El centro de Piura se transforma conforme pasan las horas del día. En la mañana sus calles son muy tranquilas, pero a partir de las 8 de la noche el bullicio invade cada rincón de la Piura cuadrada. Al caer la noche comienzan a llegar los vendedores de los diversos objetos y las mototaxis y motocicletas se adueñan del Óvalo Grau y la avenida Loreto.
Es lunes y el calor de diciembre obliga a ir en busca de los helados, cervezas, emolientes o cualquier bebida refrescante por la avenida Grau del centro de Piura. Ahí donde los enamorados pasean abrazados, con cigarrillos que se encienden a diestra y siniestra, donde un vaho húmedo y pestilente llegado de los desagües que desembocan en las entrañas del río Piura se estrella en los rostros de la muchedumbre noctámbula, que sube y baja por las paredes de las pocas casonas que quedan con vida y que gritan por sobrevivir antes que de ser convertidas en malls.
Este mismo, que muchos defienden como el centro histórico y al que lo blindan como torreón impenetrable de la realidad local, es el reino de la cultura informal, donde reina el caos y la suciedad. La calle no fue y no dejará de ser la escuela de muchos. En medio de ese caos, encontramos a Luis Cañu, un artesano de sombreros de coco, argentino y en Piura desde hace más de una década, el mismo que cuenta que fue seducido por la comida y la belleza de las mujeres piuranas.

José Cañu, vende sus sombreros hechos con fibra de coco, en Catacaos y todas las noches está en la Av. Grau.
Cada noche, no importa si es feriado o un día cualquiera, algo desaliñado lo encontramos sentado en el Óvalo Grau, junto a sus harapos y con varios bolsos donde guarda la materia prima y el sustento de su hogar, el mismo que es utilizado como paradero por los taxistas que cubren la ruta a Catacaos y a veces es el escenario perfecto para los operativos policiales.
El tiempo avanza y los transeúntes parecen temer a la noche, corren, gritan y silban a los taxistas que merodean las calles aledañas tocando claxon en todo momento. Aquí, acompañado de una radio portátil Cañu sigue trabajando, sus dedos se hacen camino en la tela y la fibra que trae desde Sullana, donde el mismo debe subir a los cocoteros a bajarla, parecen entender la premura y la necedad.
Quince soles por una gorra o 20 soles por un sombreo ayudan en la alimentación de dos nuños. Con la mirada desorbitada y hasta meditabundo desdeña la agilidad de seguir creando, refiere que la temporada de verano está a la vuelta de la esquina, las playas de Máncora, Los Órganos y hasta Punta Sal (Tumbes) esperan por sus sombreros donde ha llegado a vender más de 50 unidades por día.
Aquí lleva sus diseños, los mismos que ofrece en la calle Comercio en Catacaos, el distrito más afectado por el desborde del río Piura el pasado 27 de marzo. Algo cansado y con una sonrisa, esboza que la competencia es dura en la calle, ganarse un sol cuesta, dice que los piuranos solo preguntan por los precios, miran y sonríen por una rebaja. “Estamos acostumbrados al regateo, no reconocen la propiedad, estamos impregnados en la cultura del que todo roba y copia”.
En esa misma recta, junto al local del cine variedades (entre la avenida Grau y la calle Junín) Víctor Castañeda y Kevín García, muestran cada noche sus cuadros de aerosol, cuentan que intentan hacer arte urbano y ser observados por los piuranos que cada vez más andan pendientes de sus Smartphone, a veces tropiezan con los vendedores de tamales, pasteleros, hippies instalados en las veredas, al igual que los limosneros que ruegan por un sol. No importa si no hay niño que sirva como carnada para conseguir algo a cambio, vale los harapos, viejos cartones y bolsas que confunde a los noctámbulos. Ellos no necesitan pincel ni instrumento para llevar un bocado.

hippies instalados en las veredas vendes sus artesanías
Ahí cerca están los artistas y solo tienen trozos de papel, fuego y spray. A veces algunos talonarios para hacer algún sorteo para concentrar a niños y grandes a contemplar los cuadros terminados. Kevin sostiene que pintar no solo es una necesidad, es una pasión que llena que alimenta el alma, que lleva a explorar a enfrentar la calle y las críticas de los que no son críticos de arte. El aire enrarecido y con olor a cigarros, pintura, comida y dulces obligan seguir el camino.
A una cuadra más adelante y cerca de la Catedral de Piura, los músicos al paso deleitan con violines, saxo, armónicas, guitarras y/ o cualquier instrumento que alegra a los noctámbulos de la noche o los más pequeños que salen corriendo a las calles o tomados de la mano por sus padres. Muchos tocan en la Orquesta Sinfónica de Piura,

La venezolana, Yale castillo , toca "bésame mucho" de la compositora Consuelo velásquez.
Aquí también encontramos a venezolanos, los mismos que venden arepas, trufas y otra exquisitez de su país. No se cansan, van de un lado a otro con sus cajas, llaman y vociferan que es para ayudar a los suyos. Lucen sus gorras de colores, polos azules. Los jóvenes se quedan embelesados con las señoritas, murmuran y vuelven a mirar a las chicas de pies a cabeza y siguen el camino hasta perderse en el laberinto.
Renzo Guevara, un joven flautista debe tocar unas dos veces a la semana para ganar unas cuantas monedas. Dice que hacerse camino en la música no es fácil, a veces no da dinero y debe invertir. Explica que se enamoró de la música clásica después de escuchar “solo de flauta” de la película Titanic a los 12 años, se pierde cuando rememora sus inicios como artista y recuerda que llegó a tocar en el teatro Filarmónico de Berlín, considerado el mejor del mundo. En esta avenida se puede escuchar interpretar las notas de Mozart, Beethoven, Placido Domingo, Chabuca Granda y hasta reggaetón.
Es media noche y el Óvalo Grau parece un mercado de comidas al paso, es la parada obligada para taxistas que cubren la ruta a Catacaos y a otras de la ciudad. Hasta aquí llegan los que se amanecen en las discotecas o en cualquier bar y no encuentran un lugar donde saciar su apetito. Aquí cada noche las bolsas de basura y cartones son un refugió para los que duermen en la calle.

Emolienteros se instalan desde tempranas horas de la noche en el óvalo Grau.
Es cierto que el centro de la ciudad, es el retrato inconcebible de un país perverso, violento y enfermo. Es cierto que la ciudad estalla y derrama su pus en cada esquina o en cada cuadra, con lo peor de ella trasladándose a los extramuros y a los lugares que antes permitieran el transito pacifico. Ahora se está convirtiendo en una ciudad más peligrosa y más violenta, este centro sucio y horrible al lado de la violencia pura, la violencia de lo precario, se ha convertido en un muestrario de la condición humana.
Crónica publicada en la Revista Semana de Diario El Tiempo - Piura.